La retórica digital y la traducción de textos jurídicos (febrero 2007)
Este trabajo necesariamente ha de comenzar con una nota de disculpa, porque parece un contrasentido abordar las nuevas tecnologías partiendo del encorsetamiento tipográfico cuya linealidad no parece adecuarse al discurso digital. No obstante, también esta disfunción entre soporte y discurso es característica de lo que he denominado la retórica digital y que analizaremos más detenidamente. Uno de los grandes problemas para cualquier traductor del siglo XXI es la coexistencia de discursos de distinta velocidad. Podríamos hablar de la existencia de una retórica digital, con la salvedad de que la retórica clásica se había configurado como un arte de la memoria y la retórica digital al basarse en la velocidad y la simultaneidad terminaría postulando un arte del olvido. La nitidez de las estancias clásicas por las que discurre el retor es sustituida por estructuras basadas en procesos de yuxtaposición, a modo de un presente eterno.
El traductor/trujamán siempre ha estado ahí en el vértice entre la juridicidad y el caos. En el tratado de Mitanni celebrado entre los Hititas y el reino hurrita de Mitanni en un área al suroeste del lago Van en torno al 1400 a. J.C., una estela documenta el tratado de paz entre estos dos pueblos, cada uno de ellos invocando a sus propios dioses, cada uno de ellos con su propia lengua, los truchimanes sorteando las dificultades de convertir, traducir, reconducir la sintaxis indoeuropea al sistema de la lengua hitita. Por primera vez aparecen los dioses proto-arios, Mitra, Varuna como garantes de la paz social. Mitra, el dios amigo, el dios del orden, de la justicia, del día, el dios garante de las instituciones; Varuna el dios de las aguas, el dios de la noche, de los espías, del caos, ambos inseparables en la percepción indoeuropea de la soberanía.
He tenido ocasión de escuchar numerosos comentarios de alumnos y profesionales de la traducción cuando se enfrentan a la traducción jurídica, “textos áridos”, “demasiado prolijos”, “densos”, “impenetrables” y tantas otras percepciones un tanto apresuradas del texto jurídico, concebido, casi siempre desde la falsa premisa, de la juridicidad. En la juridicidad está latente la propia estrategia del caos. En muchos casos el límite a la significación, el desorden normativo, encuentra su cauce en las estrategias de ilegibilidad del autor, desde el “oscurezcámoslo” del genial D’Ors, hasta el silencio de lo que no está escrito, la elisión y la preterición, como recursos casi constantes de muchos textos jurídicos.
Otro de los mitos de la traducción jurídica es atribuir a todo el texto una dimensión puramente técnica o especializada sin adentrarse en los pliegues del discurso. Stendhal postulaba un estilo límpido como el Código Civil Francés y posiblemente encontremos muchos recursos estilísticos en textos que a primera vista nos parecían simplemente grises. Algunos traductores reservan sus mejores esfuerzos para lo que ellos llaman la gran literatura, ese territorio donde “pueden conectar con la sensibilidad de los escritores de todos los tiempos”, donde “cada palabra, con sus múltiples evocaciones, requiere un esfuerzo denodado para encontrar un equivalente en el idioma de destino”, esfuerzos sumamente loables pero igualmente aplicables a cualquier texto legal. No olvidemos que el jurista en la tradición europea antes fue un retor al igual que Cicerón, un traductor de imágenes persuasivas que invita a los oyentes a un recorrido ejemplar (el discurso) mediante la belleza, la claridad expositiva y la verdad.
Cuando un traductor es capaz de llevar a cabo el ejercicio mental de rechazar un el texto original argumentando su mala calidad, no hay ninguna duda que al deslindar el orden del caos, al diseñar una estrategia mental de traducción y aislar el débil andamiaje expositivo, está en condiciones de abordar honestamente su trabajo. En muchos casos, el pánico en el sentido etimológico del término se produce porque el traductor no es capaz de valorar objetivamente la calidad del texto. El resultado no es una traducción, sino en palabras de Robert Venturi, un “tinglado decorado”. La traducción jurídica se presta especialmente a ese fetichismo de ciertos traductores que apostillan, apuntalan, comentan, glosan, amplían los originales siempre en aras a una mayor comprensión del texto, desconociendo que en un naufragio narrativo sólo cabe invocar la vieja ley del mar de la echazón.
Una tercera cuestión que nada tiene ver con los registros del texto reside en la convivencia de varias velocidades del relato propiciadas por el entrecruzamiento de tres sustratos, la oralidad, la tipografía y la cibernética. En muchos casos, el autor del texto aprovecha hábilmente estas tres velocidades de narración, incluso empuja el discurso a sus límites tipográficos para posteriormente rescatarlo con estrategias de la oralidad o mediante recursos propios de la retórica digital. El fenómeno de la globalización conduce a un apropiacionismo no solamente en el campo de la traducción sino en casi todos los campos del saber. Los términos viajan y a veces sus propias traducciones se insertan de nuevo en la lengua original.
Para poder analizar en profundidad la retórica digital resultaría necesario abordar la evolución de la retórica desde sus orígenes, ya que partimos de la premisa que la civilización se desarrolla en un contexto oral. La primera discontinuidad se produce con la aparición de la imprenta y el ambicioso programa de la Contrarreforma. Esta coexistencia de dos discursos nos resulta de especial interés ya que reproduce en gran medida el debate actual entre la textualidad y el mundo digital. A nuestro juicio, las premisas, estrategias y relaciones entre textos impresos (hard copy) y el formato digital sólo resultan inteligibles si se entienden como parte de un devenir histórico de la oralidad y de la tipografía. El sedimento de estos dos discursos cristaliza en una cultura digital, que desde luego no surge ex novo y cuyas tensiones evidencian el fuerte componente ideológico de su discurso.
En el cuadro que reseñamos a continuación facilitamos una cronología de las tres culturas para dar cuenta de su interpenetración. No son situaciones históricas aisladas, sino que en cada una de ellas están presentes las anteriores.
CULTURA ORAL | ||
CULTURA TIPOGRÁFICA | ||
CULTURA DIGITAL | ||
50.000 a. J.C Homínidos Mesolítico 10.000 a.J.C Primeras civilizaciones 3.000/2.500 -1.500 a J..C Antigüedad (Grecia y Roma) (500 a.JC ) Baja Edad Media (invasiones de hunos) siglo V. d.J.C. Expansión del Islam (siglo VIII) Cruzadas (siglo XII)—Alta Edad Media. | 1455 Biblia Gutenberg1492 Descub. AmericaXV-XVI - Humanismo.1545 Trento/XVI ContrarreformaXVIII Rev Francesa | 1973 AD Primer ordenador: Xerox (Palo Alto)1974 AD El Microprocesador 6.800 – Se utiliza el término Internet por primera vez por Cerf y Kahn1975 AD Bill Gates y Paul Allen crean Microsoft1981 AD Primer PC de IBM 1991. Constitución de la Sociedad Internet. La CERN lanza la World Wide Web (www). |
Primeras CivilizacionesCivilizaciones AntiguasEdad AntiguaImperio GrecolatinoEdad Media | Edad ModernaEdad Contemp. | Edad Postmoderna |
Si examinamos la dimensión temporal de la cultura oral en el cuadro anterior, comprobamos que la textualidad representa un aspecto ínfimo en la historia de la humanidad, apenas quinientos años en un periodo de cincuenta mil años. Desde el grito de caza de las primeras hordas neolíticas hasta la aparición de la imprenta, la humanidad vivió inmersa en un contexto logocéntrico. En un principio efectivamente es el verbo, y lo que diferencia el ser humano de cualquier otra especie es precisamente el fenómeno de la doble articulación,; en palabras de Martinet, estamos ante un Sistema articulado, pero con doble articulación, correspondiente a los planos —monemático y fonemático—, en el que los enunciados expresivos se articulaban en palabras y éstas en sonidos. La palabra representa el origen del lenguaje.[1]
Las culturas orales son homeostáticas, esto es, interaccionan constantemente con las situaciones reales en las que cada palabra se vive como una experiencia. Aun cuando existan textos escritos,[2] se utilizan tan solo con motivo de celebraciones religiosas o solemnes. Las comunidades escuchan los relatos de los rapsodas y aedos, y éstos adaptan su repertorio en función del público, conforme avanza el discurso, él vate ajusta su narración a las expectativas de los oyentes. El tropo por excelencia es el epíteto ritual. En una época deficitaria en imágenes, cuando el narrador describe la aurora de rosáceos dedos, esa visión permanece flotando ante los ojos del público y los oyentes podrán evocar mediante el epíteto la realidad transmitida por el rapsoda.
Cada lengua interpreta de diferentes maneras la realidad, aunque también esa realidad, a su vez, determina y condiciona el lenguaje. Importa retener este concepto, sintéticamente formulado por Wittgenstein, el lenguaje es el límite de mi mundo.[3] La dimensión participativa y configuradora de las palabras confiere a los hablantes de una comunidad un estar en el mundo peculiar, local, basado en un intercambio constante de signos no solamente verbales que permiten a cada miembro calibrar su situación respecto a los demás. Resulta esclarecedora a este respecto la anécdota de San Ambrosio[4] que fue censurado por leer sin mover los labios y fuera del refectorio, esto es, aislándose de la comunidad.
La escritura, por el contrario, supone un distanciamiento de la realidad. En los comienzos aparece claramente vinculado a la magia y al poder. Para Saussure[5], la escritura es un complemento del habla oral, no transformadora de la articulación.
Una de las paradojas más sorprendentes inherentes a la escritura es su estrecha asociación con la muerte. Ésta es insinuada en la acusación platónica de que la escritura es inhumana, semejante a un objeto, y destructora de la memoria. También es evidente en un sinnúmero de referencias a la escritura (o a la imprenta) que pueden hallarse en los diccionarios impresos de citas, desde 2 Corintios 3:6, "La letra mata, mas el espíritu vivifica", y la mención que Horacio hace de sus tres libros de Odas como un "monu-mento" (Odes, iii. 301), presagiando su propia muerte, hasta, y más allá, de lo dicho por Henry Vaughan a Sir Thomas Bodley en el sentido de que, en la Biblioteca de Bodleyana de Oxford, "cada libro es tu epitafio". En Pippa Passes, Robert Browning llama la atención a la práctica, difundida aún hoy en día, de introducir flores frescas para que se marchiten entre las páginas de los libros impresos: "faded yellow blossoms/twixt page and page" ["entre página y página/ flores amarillas marchitas"] . La flor muerta, en otro tiempo viva, es el equivalente psíquico del texto verbal. La paradoja radica en el hecho de que la mortalidad del texto, su distanciamiento del mundo vital humano vivo, su rígida estabilidad visual, aseguran su perdurabilidad y su potencial para ser resucitado dentro de ilimitados contextos vivos por un número virtualmente infinito de lectores vivos (Ong, 1977, pp 230-271).
A partir del siglo XVIII, con la Ilustración, la retórica como disciplina ha ignorado en gran medida los cánones de la mnemotécnica y la hipotaxis (la presentación del discurso) porque la cultura del libro instaura un régimen de la propiedad del conocimiento. Las bibliotecas se convierten en los receptáculos de la memoria colectiva y el orador elabora de antemano unas notas en las que estructura el eje de su acción comunicativa. Este planteamiento choca frontalmente con la memoria y la secuenciación de imágenes percusivas que permiten fijar las ideas del orador. En las culturas orales, la memoria es un proceso interactivo, homeostático, de un bien común que pertenece a la comunidad de oyentes.
A juicio de Sharon Crowley en el trabajo “Modern Rhetoric and Memory”, la investigación retórica en la era digital está más centrada en el discurso ético y político. Según la autora, “la conciencia retórica está plenamente en consonancia con las artes de la memoria (…) mediante el uso de sistemas que permiten una rápida adquisición de conocimientos centrados en un despliegue abundante de iconos visuales”. En términos similares se pronuncia Kathleen Welch[9] al argumentar que la retórica digital recorta los cánones clásicos a dos, el medio y el mensaje por lo que no se puede hablar propiamente de adaptación de la retórica tradicional sino más bien de una nueva estructura que resulta opaca a cuestiones centrales como el uso del lenguaje y el poder.[10]
La interiorización exigida por la escritura de los modos orales resurge de nuevo en la era digital, principalmente mediante el hipertexto ya que como señala Bolter, “no existe un texto antes de su presentación, la dispositio de la retórica clásica deviene el propio texto”. Johndan Johnson-Eilola en su ponencia “Living on the Surface: Learning in the Age of Global Communications Networks”[11] considera que “la post-modernidad se apropia de las tecnologías modernas: el ordenador inicialmente diseñado para calcular trayectorias de misiles es reconstruido y redistribuido para proporcionar un espacio fluido, flotante en donde es posible interaccionar (véase cuadro infra) con múltiples subjectividades; las historias parecen no tener un principio, un medio o un fin determinados; las reglas del juego son cambiantes, la reescritura es posible e incluso dichas reglas desaparecen”.
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[4] Dahl, S., Historia del Libro, Alianza Editorial Madrid, 1983 , pag. 35.
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